Hoy voy a aprovechar esta tribuna para hablar de mi padre, Francesc Riba Farré: Una manera de entender la vida, una manera de entender los negocios.
Mi padre murió este agosto. Un modelo de hombre que no está de moda. O mejor digamos, que no está de actualidad. ¿Quizás una tipología de persona en extinción?
La idea del empresario que suele tenerse resulta bastante limitada: Se le presenta en series televisivas o en la gran pantalla como un ser avaricioso, sin escrúpulos, con afán de ostentar, buscavidas y, lamentablemente, con los valores por los suelos. Todo lo justifica el dinero, hasta los medios. Por desgracia tiene una base de realidad, aunque afortunadamente hay otros referentes de empresario, entre los que considero, estaba mi padre junto con otros muchos. El pasado 21 de Octubre Antonio Garrigues Walker, apareció en una interesante entrevista en La Contra de La Vanguardia. Garrigues es cabecera del que hoy es el primer bufete de abogados en España tanto por número de profesionales (2061 entre abogados y economistas) como en facturación. Hoy, con 76 años, está al pie del cañón y sigue siendo un referente para su equipo. De toda la entrevista me quedo con su frase: ”La ética no es bondad: es inteligencia”. Garrigues ejemplariza el empresario con fuertes convicciones éticas que ha triunfado. No es necesariamente cierto que sea más fácil hacer dinero siendo mala gente.
También, por otro lado, hay infinidad de profesionales que han conseguido amasar una gran fortuna y tienen su vida desequilibrada. Tarde o temprano les pasa factura. Es improbable ser un “tiburón” de 8 a 6 y transformarse en un padre equilibrado de 7 a 10. Chirría la vida. Es habitual en entornos empresariales ostentar dobles y triples vidas, dejar la educación de los hijos en manos de la mujer, crear una familia como quien monta un mecano y tener hijos pero no ejercer de padre.
“La vida es una carrera de fondo” decía mi padre. Era de las personas para las que su hogar era el centro de sus amores. En casa se trataba lo doméstico y lo laboral. Los consejos de administración se perfilaban en el comedor o en la cocina. En casa escuchas los primeros problemas laborales de tu padre y a casa los llevas cuando empiezas a trabajar con él. La madre acaba trabajando de coacher (mitad psicóloga, mitad sentido común) entre padre e hijos.
Así, de forma cercana y natural, éramos educados sus hijos y, casi sin darnos cuenta, íbamos incorporando los valores a una manera de entender la vida. Casi al empezar a trabajar a su lado me dijo: “Trabaja duro, trata bien a empleados, proveedores y clientes y siempre recogerás cosecha. Mucha o poca, pero nunca te faltará para comer. Si alguno te trata mal, déjalo correr, la vida lo pondrá en su justo lugar”. Treinta años a su lado le han ido dando la razón casi como un oráculo.
Otro tópico social de los empresarios es la tener un cochazo en la puerta del almacén. Mi padre los tuvo, pero iba a trabajar con un Citroen 2 CV. No se escondía, simplemente era discreto y respetuoso. Era su manera de administrar el patrimonio. Como lo del traje del domingo. Él, como los de su generación, eran hijos de la postguerra. Tuvo suerte. Sobrevivió a la guerra y no pasó hambre en los duros años posteriores. Pero vio la muerte y el hambre de cerca. Lo suficiente como para aprender a valorar las cosas. Así nos lo transmitió.
Su quinta militar fue la última que ingresó en la guerra civil española con 17 años. “La quinta del biberón”. Cumplió un servicio militar de 4 años. La guerra impidió la formación reglada y creó una generación autodidacta, de hombres y mujeres que abrazaron el trabajo y el sacrificio como mejor manera de prosperar en una España en ruinas.
Mi padre no fue un hombre perfecto, pero tener una vida tan larga (casi 90 años) y rica en experiencias, lo mejoró con los años. Como un buen vino. Lo hizo más sabio. Hasta el último día mantuvo la ilusión por cualquier novedad técnica, por una buena lectura, o se seguía emocionando al escuchar su jazz preferido. Para buena parte de las personas que hemos estado a su lado se ha convertido en un referente en la manera de envejecer. Hasta el último día, con la movilidad muy reducida pero su actividad mental en plenas facultades, seguía siendo muy jovial y transmisor de positivismo.
Volviendo a la frase de Garrigues, mi padre entendió muy pronto, probablemente por la educación de los suyos, que una manera ética de entender la vida le permitiría construir una buena base familiar en la que sustentarse y apoyarse, y suficiente estabilidad económica . Nos ha dejado un patrimonio ético y unos principios de valor incalculable, transmitidos con inteligencia y naturalidad. Este legado seguirá entre quienes le conocimos y llevarlo cada día a la práctica, es nuestra mejor forma de honrarlo.