Los primeros iglúes aparecieron en España en las calles de Barcelona de la mano de una filiar del ayuntamiento a mediados de los 80. El sector de la recuperación minusvaloró a estos competidores pasivos que contribuyeron a la paulatina desaparición de los traperos de barrio. A mediados de los 80 había alrededor de 200 traperos en Barcelona capital. Hoy quedan unas pocas decenas. Los iglúes no fueron los únicos responsables de su desaparición. En realidad, fue la coincidencia de varios factores.
Otro invitado aparentemente inofensivo fueron los porteros automáticos. Jubilaron a los porteros humanos que, capilarmente, alimentaban a los traperos. Otro factor fue la caída de los precios de las materias primas simultáneamente al aumento de los salarios en España. Tampoco entendieron que tenían que legalizarse que, más que enfrentarse al ayuntamiento, tenían que colaborar en una reconversión. Mientras ocurría todo ello, las grandes constructoras, después de acaparar la gestión de las basuras, ampliaron su negocio hacia la gestión de los residuos valorizables. Sería su nuevo dorado.
El sector en general, y los traperos en concreto, no supieron reaccionar. No fuimos capaces (me incluyo) de ver que quienes tenían que gestionar los iglúes tenían que ser ellos al sufrir la competencia desleal de un servicio público pagado por todos los ciudadanos. Primera batalla perdida.
A mediados de los 90 empezaron a aparecer los primeros puntos limpios (verdes según comunidad autónoma). Las filiales de las constructoras volvieron a entender que era otra oportunidad de mercado y acapararon la gestión de la mayoría de ellos. Segunda batalla perdida.
Bajo las directrices europeas que transmiten la responsabilidad al productor, alrededor del fin de siglo, empiezan a aparecer los SIG’s (sistemas integrados en la gestión de residuos). El sector empezó a reaccionar pero sin llegar a influir decididamente en ellos. Tercera oportunidad perdida o cuarta, quinta, etc… De hecho, en ningún comité directivo hay una participación decisiva en su gestión.
Las consecuencias son evidentes y finalmente, quienes decidieron como reciclar, eran quienes menos experiencia tenían. Así nos va a todos. El otro día, en una comida de negocios, se comentó que la nueva ley de residuos y la evolución mundial de consumo de materias primas iban a comportar la creación de tantos SIG’s como productos existen. Socarronamente se comentó que se crearían sistemas integrados hasta para la gestión de fregonas. Bromas aparte, está claro que la gestión integrada de residuos puede generar miles de puestos de trabajo en nuestro sector si sabemos posicionarnos.
Otros factores han contribuido a nuestra pérdida de competitividad como sector. Históricamente hemos sido un sector atomizado, confrontado y cortotermista. La escasa capacidad de conciliar nuestras empresas ha generado un sector vulnerable.
Por analogía histórica, los árabes perdieron España en beneficio de los cristianos. Sus divididos reinos de taifas fueron determinantes para su derrota colectiva después de ocho siglos de ocupación.
Nuestros reinos de taifas sectoriales tienen como consecuencia que, a nivel español, no tengamos una verdadera asociación que represente a los miles de recuperadores existentes, que permita aprovechar las nuevas oportunidades y afrontar las amenazas que vayan apareciendo. Nuestros competidores vendrán de otros sectores o países y tienen campo abonado aprovechando nuestra división. La caída de consumo y actividad hará que sigan invadiendo nuestro sector acaparando nuestras oportunidades.
Los SIG’s son entidades también muy divididas, pero que están formadas por empresas muy poderosas y, desde nuestra desunión, careceremos de fuerza para negociar un entorno que nos sea propicio.
Ya es hora de orientarnos hacia lo que necesita la sociedad. Y no como históricamente ha ocurrido en el sector, clonando al competidor.
Es hora de entrar en la gestión de SIG’s, aportar VALOR AÑADIDO a la sociedad, participar en la elaboración de LEYES y REGLAMENTOS, hacerlo con RESPONSABILIDAD SOCIAL y DIGNIFICAR la profesión con nuestra actividad cotidiana.
¡El futuro está por escribir!