Manipulo ligeramente el título de la famosa película de Orson Welles para describir la aparición y permanencia de un nuevo tipo de competidor que, sin la administración y sus intervenciones, no sería posible. Me refiero a un conjunto de situaciones que no se producen en países subdesarrollados o en su día en nuestra vieja España. Estas circunstancias se producen por una intervención de los diferentes gobiernos (Estatal, Regional o municipal) por exceso, defecto, o poco ecuánime a través de leyes, contratos o actuaciones. Todo ello favorece un mercado insano y desestructurado.
Los que nacimos en el franquismo, “mamamos” décadas de esperanza democrática de nuestros padres. Íbamos descubriendo los benévolos efectos de la democracia en nuestros viajes a Europa. Aprovechábamos nuestras vacaciones en agosto para conocer de cerca los diferentes países europeos y contrastábamos sus niveles de prosperidad. A mediados de los años ochenta, mi generación fue incorporándose paulatinamente al mercado laboral. Llegamos con la democracia y con ella los españoles descubrimos que la democracia ofrecía muchos nuevos derechos, pero también obligaciones. Tanto empresarios como trabajadores conocieron en primera persona un ministerio, el de Hacienda y Economía, que en la dictadura ejercía una presión casi desconocida. Llegaron los ayuntamientos democráticos y con ellos también llegaron unas mayores tasas e impuestos. Más tarde las nuevas reglamentaciones medioambientales, etc. Nadie puede negar que, con la democracia, España haya prosperado más en 20 años que en décadas. Los resultados han sido evidentes y a menudo muy rápidos. Pero nos han tapado efectos secundarios que el rápido crecimiento ocultaba. La excesiva euforia empresarial hacía que no prestáramos atención a detalles de mal gobierno que con el tiempo se han ido incrementando exponencialmente. Había negocio para todos y andábamos más preocupados en trabajar que en buscar “duendes”.
La crisis ha hecho perro flaco al mercado y no hay negocio para todos. Los insolidarios han de desaparecer o trabajar en igualdad de condiciones. La horquilla económica que ha surgido entre los que pagan todo y los que no pagan nada (o se quedan impuestos) es tan grande como insostenible. En el franquismo nadie pagaba porque era un sistema austero, pero sorprendentemente igualitario por omisión. En la democracia tolerante española no pagar impuestos ha sido negocio. Con una visión pragmática ser ilegal ha compensado. Así, los ilegales son históricos, han ido cambiando de nombre, ubicación o infracción pero siguen siendo los mismos con diferentes collares. Hoy la economía sumergida es un lastre para el país.
A pesar de que hace más de 5 años que no hay I.V.A. en la chatarra española a efectos prácticos (Inversión del sujeto pasivo) persiste el fraude, aunque más moderadamente.
A pesar de que el ministro Boyer implantó la transparencia bancaria a principios de los 80, existe control de los billetes de 500 €, se han incrementado los controles económicos, etc.; hoy, casi treinta años después, en la chatarra hay más dinero negro que nunca.
A pesar de que la ley medioambiental del 93 obligaba a legalizar nuestras actividades, hoy, 16 años después, sigue existiendo más de un 30 % de instalaciones ilegales.
A pesar de que el mercado común europeo persigue los monopolios y oligopolios, a efectos prácticos, crecen las posiciones de dominio de grandes grupos empresariales, concesiones administrativas, empresas participadas por la administración o combinaciones de todas ellas.
Si no fueran suficientes los ilegales españoles, aparecen y desaparecen nuevos “negociantes internacionales” como hace el río Guadiana. Saben poco de residuos y mucho de fraude. La globalización ha hecho la economía más dinámica, pero no podemos tolerar que vengan extranjeros de maletín y teléfono móvil. Destrozan el tejido empresarial y no generan ningún tipo de riqueza en el país donde operan temporalmente. Nadie sabe si su negocio real es la evasión de divisas, el tráfico ilegal de residuos o el comercio de zapatos. La mayoría de estados europeos no permiten exportar residuos a ninguna empresa que no sea gestora legalizada de residuos. Ésta es la solución.
Sorprende que en la era de la omnipotencia de la informática, las localizaciones por satélite, la policía especializada en delito económico, los jueces estrella, etc. puedan sobrevivir las actividades ilegales.
En una nueva fase económica, con tasas elevadas de paro, el medio ambiente puede y debe ser un manantial de puestos de trabajo para proyectos y organizaciones estables y con responsabilidad social corporativa. Un sector donde no existe una estabilidad de negocio, donde prima el “aquí te pillo aquí te mato” no invita a invertir y a crear empleo. ¿Quién pagará los sueldos de la administración si todos nos movemos hacia “el lado oscuro”?
Señores gobernantes, no se engañen. El dinero negro no genera empleo estable, ni riqueza ni inversión. Los monopolios u oligopolios hacen perezosas las organizaciones. El estado, por definición, es mal empresario. Ningún economista discute que la prosperidad económica es inversamente proporcional al fraude y a la corrupción.
Acercándonos a las fiestas navideñas os deseo lo mejor para vuestras familias y organizaciones. Una sola solicitud para la carta de los Reyes Magos: que los que nos gobiernan sean más resolutivos, más eficaces, y que dejen las iniciativas empresariales a la iniciativa privada con una clara vocación de Responsabilidad Social Corporativa (RSC).
¡Felices Fiestas !