En esta época del año, los directivos de las empresas se estrujan el cerebro para confeccionar el presupuesto del año naciente. Se utilizan recursos históricos para calcular una proyección futura. Se extrapolan ingresos en base a una nueva línea productiva, una campaña comercial, etc. O, como me dijo un directivo, “nosotros sacamos un dedo por la ventana y dependiendo de la temperatura y el viento planteamos el presupuesto del año venidero”. En este caso, no se trataba de una empresa de moda, a quienes podría afectar el tiempo, los que me explicaron con humor que no seguían ninguna técnica sofisticada. Se trataba de una multinacional del sector de la alimentación.
Una vez leí en un periódico de páginas salmón que una multinacional japonesa lo hacía utilizando cartas del tarot.
Mas allá de comentarios frívolos sobre cómo confeccionar presupuestos, cada día es más complicado para cualquier sector realizarlos debido a las incertidumbres crecientes en nuestra economía.
No solo por el COVID19, que no tiene comparación global desde 1918 con la mal llamada gripe española. O de enormes luchas geoestratégicas que afectan directamente a nuestras empresas.
Y, no menos de triste actualidad, la guerra de Ucrania, pero no tan lejos la guerra comercial entre EEUU y China.
Diríamos que en las décadas de nuestros padres o abuelos las empresas dependían más de factores internos (trabajo, tenacidad, astucia, inteligencia, capital, etc.) que de los externos, que es precisamente lo que está pasando actualmente.
Los factores externos fueron radicales para nuestras empresas en la crisis global del 2008. La mayor crisis financiera desde la crisis de la gran depresión de los años 20-30.
Y no parece que los años venideros vayan a ser diferentes. Un mundo cada vez más condicionado por los grandes bloques: EEUU, China, UE y, ahora, dando color Rusia. También por grupos empresariales cada vez mayores y que acumulan más poder que gobiernos estatales o que, incluso, gobiernan a través de sus ministros.
Hace un tiempo, un colega me dijo que la persona encargada de los balances los hacía de 5 en 5 años porque las coyunturas no permitían prever la evolución de la empresa en años naturales. Quizás, con el tiempo, tendré que darle la razón.
Lo que está claro es que nuestras empresas se parecen más a los surfistas. Pacientes esperando la gran ola (the big Kahuna), aprovechando todas las olas medias para mantenerse en forma y vigilando que la gran ola no se convierta en un tsunami que nos arrastre más allá de nuestras capacidades.
O, como me dijo en otra ocasión otro chatarrero “muy flamenco”: “Mira niño, esto es como ir a la feria de mi pueblo. Si te defiendes con cualquier tipo de baile seguro que acabas ligando…”
Pues eso, vamos a tener que mantener una gran fortaleza y astucia porque el horizonte que vislumbramos cada mes es más incierto y tendremos que afinar bien nuestras empresas para adaptarnos a tantos embates como vengan.
Señoras, señores, abróchense sus cinturones que arranca el vuelo…